XII Travesía a nado El Poris - La Punta
Ocho años son demasiados. De acuerdo, se han
pasado en un abrir y cerrar de ojos pero ha dejado marcas en mi cuerpo, de esas
que son invisibles, de esas de las que no me recuperaré en la vida. Arañazos,
moratones… algo debe haber en alguna parte porque el cuerpo pesa una
barbaridad.
Sí, ocho años son una brecha muy grande como,
más o menos, la que me separa de mi objetivo. Y no tengo miedo. Pero sí mucho
respeto, el viento sopla fuerte y las olas se levantan pícaras con su estela
blanca como si llevaran un peinado moderno. Silba, no sé si furioso. Parece que
habla pero no llego a entenderlo. Un poco más arriba, los molinos se hartan de
girar agitados, quizás me dicen “vete insensato”.
Acabo de inscribirme, me acaban de marcar el
hombro con un número y reconozco que el corazón late más deprisa de lo
habitual. La playa se ve a lo lejos. En condiciones normales sería una travesía
hermosa: yo contra mi mismo, contra el tiempo, contra el hacerme mayor o
“peyorativamente”: viejo… todo eso con sal en mis labios a cada brazada. Siempre
he visto a los nadadores como “creadores de burbujas” y esa visión
melodramática es en la que estoy ahora como en un sueño. Y no pienso en nada
más que en crear mis burbujas y dar brazadas estallándolas. Y vuelta a empezar.
Murmullos. Habladurías. Ni la organización
sabe a qué atenerse. Tienen pocos voluntarios y medios, y si el mar se pone en
sus trece y bellaco pues puede suceder cualquier cosa. Pase lo que pase tengo
claro que me tiro. He venido, tengo valor y estoy algo loco, así que todos los
requisitos están en mi ticket.
Sigue apuntándose gente. Había límite pero se
ve que hay más tarados en el mundo. Un domingo de riesgo como quien tragó
alcohol de más anoche, no sé quién acabará antes consigo mismo. Apuesto por
nosotros.
144 inscritos (de los 110 previstos y límite).
Ha llegado la hora. Han colocado finalmente dos boyas y saldremos desde la
playa. Ahora si que los recuerdos vienen a toda velocidad. Ahora si que he
cogido el Delorean y estoy ocho años atrás en la playa de la Gomera en mi
primer triatlón sprint. Allí sufrí mucho en doscientos metros de salida
efervescentes, adrenalínicos… o desesperantes: patadas, puñetazos, hundidas, tirones de pie, gente quitando las gafas a otros con tal de adelantarlos entre tanto barullo...
Entro en el mar. No siento frío ni nada que se
le parezca, más bien es alivio de que llegue por fin el momento. Me dedico a estirar suavemente en esos instantes en un "break" de paz y libertad.
Dan el pistoletazo. Entro al mar con cautela porque una vez pasada la espuma hay una franja de piedras ocultas. Al tocarla me tiro aunque sé que apenas hay dos palmos de profundidad, pero he decidido nadar desde ese momento y evitar lesionarme nada más empezar mi tardía temporada.
La corriente empieza a lanzar órdagos, se hace un poco desesperante nadar así, en un vaivén continuo pero la ansiedad me distrae y sólo meto y saco brazos, intento que en una cadencia mayor a la anterior.
Me he dado cuenta que la chica que nada a mi izquierda tiene mi ritmo. Embiste el mar con fuerza y me da coraje ganas y mucho estímulo de que no se escape a las primeras de cambio. Ella sin quererlo y, casi sin darme cuenta, me lleva a la primera boya, que a pie de playa está al quinto carajo. Despistado y nadando en mi mundo me la he pasado como cinco metros.
¿Pero ya estoy aquí si no he levantado para guiarme la cabeza del mar ni una sola vez?
Sigo no tengo tiempo de chorradas ni pensamientos abstractos.
El tramo de boya a boya es el peor. Las olas se hacen más prominentes. Algunas de mis brazadas se pierden en el aire. Otras veces cuando intento coger oxígeno pues me da como recompensa una incómoda ola. Cuento al menos dos buches, o tres, de agua salada. Es una lucha, y ni la gano ni la pierdo, porque me golpea y la golpeo en una riña de pareja adolescente.
La chica finalmente ha nadado más pegado a las boyas y yo he perdido su referencia al ganarme unos tres metros. Aumenta su ritmo. Hemos pasado la segunda boya y ahora vamos a favor de la corriente. Intento marcar mi ritmo pero no lo consigo. No voy forzado ni nada, pero no voy a gusto, me esperaba una travesía más larga y esto se está acabando. Estoy pasando por entre los barcos tal y como dijo la organización. Saco la cabeza. Casi estoy fuera.
¿Ya llego?
Y se acaba. Tal y como empezó, o al menos igual de rápido como si sientes un flechazo y te dejan a la vuelta de la esquina.
Me levanto del agua y camino. No tengo ni el pecho hinchado. Paso la hilera de piedras con cuidado y el control.
El crono 15´40´´. La organización comenta que sobre 900 metros de recorrido. Miro la tableta de curioso. Puesto 73. Vale, contento.
Nos vemos en la siguiente, me digo, y sí... estoy oculto en la foto de aquí abajo. Búscame.
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