Volver II
Lanzarote, volcanes silentes para un volcán latente.
Lanzarote, tú me viste marcharme, te mereces verme volver.
Lanzarote, no soy de tu tierra pero renazco de tus entrañas.
Es la hora. Tras el telón he vuelto.
Del mar en calma ya salgo del agua.
Lanzarote, mil gracias.
No certifico Volcano 2012 hasta casi un mes y medio antes.
Sí, no miento, hacía la preparación específica para ello,
pero había perdido muchos entrenos y tenía una ristra de dudas colgando en mi
cabeza como los ajos a las entradas de las casas.
También estaba el aspecto monetario, la situación de este
maltrecho país y un saco roído de margaritas del sí y el no. Quizás también
detrás del espejo estaba forrado de miedo y de incertidumbre; soy humano y, por
tanto, tengo el derecho a sentirme frágil.
Pero soy tozudo y cuanto más crudas y opacas están las cosas
sobre la mesa, más inmortal me siento, aunque me estampe a mil por hora y
termine psicológicamente agotado.
No buscaré jamás excusas. No soy de esa clase de tipos. No
suelo engañarme a mi mismo, por eso me llevo tan bien con el que está dentro.
Tengo valores y voy a muerte con ellos. Soy del equivocado blanco o negro.
El agua
No soy nadador y esta disciplina es meramente técnica. Se
necesita muchos entrenos para salir completo del agua. Si sales pillado estás
perdido. Has caído en la trampa y no hay ratón que sobreviva.
Este año, he hecho mucho gimnasio. He ganado masa pero me
siento ágil. Necesito aspas que se muevan rápido, necesito flotar, necesito
sentirme un pez.
Qué fácil es hablar y decirlo. Pero hay que ser paciente,
porque luego vendrá la competición a impartir justicia y a sentar a cada uno en
el asiento debido.
Pruebo el Total Inmersión. Y creo en él a fondo. Me pierdo
pocos entrenos. Disfruto de la soledad líquida. Y sueño que mejoro…
La bicicleta
Necesito motivarme así que renuevo todos los componentes
técnicos de la bici. Mantengo el cuadro de aluminio de hace nueve años. No sé
todavía si esto es un capricho o voy a seguir hasta el final. No opto aún por
el carbono y sé que voy a pagar esta decisión. Tampoco tengo el dinero, o me
pienso más este tipo de decisiones. Indudablemente, me hago mayor.
No entraré en cuestiones técnicas, pero me equivoco en la
elección del plato (porque sueño en mover ese desarrollo y por un buen vendedor
pero mal asesor) y también pago esa equivocación.
Y tengo un defecto pequeño: he desarrollado un miedo atroz a
la carretera. Me ha venido con los años y a las continuas noticias de ciclistas
atropellados. No quiero perder la vida. Ahora el juego es diferente. Ahora está
la pequeña…
Pero sucede: En mi segunda o tercera salida de entreno en
carretera me caigo. Muy mala suerte, casi acabando las dos horas beso el suelo.
Me retraigo aún más en mi decisión. La bici se araña. Mi cuerpo se magulla. Mi
mente se estrecha.
Opto por el rodillo, mi fiel aliado. Y hago casi todos los
entrenos dentro de un gimnasio o en casa.
Sólo a un mes de competición vuelvo al asfalto sin más
remedio. Es el momento de huir o de hacer sangre. Decido que si ha de ser así
no voy a echarme atrás. Elijo sangre.
La carrera
Este es el cuento de empezar a pisar como un bebé que
aprende los primeros pasos. Lento, muy lento. Sin prisas, sin una serie.
Reseteo y hago caso. Me dejo guiar.
Me pierdo también muchos entrenos y, cada vez más, la
sensación de culpa crece y araña mi cabeza intentando salir. Es angustiante ser como
soy. Tengo un compromiso muy serio con lo que debe ser.
Vuelvo al monte. Me adapto bien. Me enamoro más de mi tierra
y de sus paisajes.
A ratos sufro como un diablo. A ratos voy tan fresco que
podría correr horas.
Practico transiciones y las llevo mejor de lo pensado. Y
empiezo a sentirme otra vez triatleta, o algo muy inferior pero parecido, algo que sale de un caparazón.
Horas, horas, horas…
Abro el baúl de mi sueños. Sólo soy un héroe de unos pocos
que me quieren. Pero es hora de ponerse otra vez el traje.
De perfil, a solas, cuando me miro en el espejo me siento otra vez invencible.
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