sábado, mayo 05, 2012


Volver II

Lanzarote, volcanes silentes para un volcán latente.
Lanzarote, tú me viste marcharme, te mereces verme volver.
Lanzarote, no soy de tu tierra pero renazco de tus entrañas.
Es la hora. Tras el telón he vuelto.
Del mar en calma ya salgo del agua.
Lanzarote, mil gracias.




No certifico Volcano 2012 hasta casi un mes y medio antes.
Sí, no miento, hacía la preparación específica para ello, pero había perdido muchos entrenos y tenía una ristra de dudas colgando en mi cabeza como los ajos a las entradas de las casas.
También estaba el aspecto monetario, la situación de este maltrecho país y un saco roído de margaritas del sí y el no. Quizás también detrás del espejo estaba forrado de miedo y de incertidumbre; soy humano y, por tanto, tengo el derecho a sentirme frágil.
Pero soy tozudo y cuanto más crudas y opacas están las cosas sobre la mesa, más inmortal me siento, aunque me estampe a mil por hora y termine psicológicamente agotado.
No buscaré jamás excusas. No soy de esa clase de tipos. No suelo engañarme a mi mismo, por eso me llevo tan bien con el que está dentro. Tengo valores y voy a muerte con ellos. Soy del equivocado blanco o negro.

El agua

No soy nadador y esta disciplina es meramente técnica. Se necesita muchos entrenos para salir completo del agua. Si sales pillado estás perdido. Has caído en la trampa y no hay ratón que sobreviva.
Este año, he hecho mucho gimnasio. He ganado masa pero me siento ágil. Necesito aspas que se muevan rápido, necesito flotar, necesito sentirme un pez.
Qué fácil es hablar y decirlo. Pero hay que ser paciente, porque luego vendrá la competición a impartir justicia y a sentar a cada uno en el asiento debido.
Pruebo el Total Inmersión. Y creo en él a fondo. Me pierdo pocos entrenos. Disfruto de la soledad líquida. Y sueño que mejoro…

La bicicleta

Necesito motivarme así que renuevo todos los componentes técnicos de la bici. Mantengo el cuadro de aluminio de hace nueve años. No sé todavía si esto es un capricho o voy a seguir hasta el final. No opto aún por el carbono y sé que voy a pagar esta decisión. Tampoco tengo el dinero, o me pienso más este tipo de decisiones. Indudablemente, me hago mayor.
No entraré en cuestiones técnicas, pero me equivoco en la elección del plato (porque sueño en mover ese desarrollo y por un buen vendedor pero mal asesor) y también pago esa equivocación.
Y tengo un defecto pequeño: he desarrollado un miedo atroz a la carretera. Me ha venido con los años y a las continuas noticias de ciclistas atropellados. No quiero perder la vida. Ahora el juego es diferente. Ahora está la pequeña…
Pero sucede: En mi segunda o tercera salida de entreno en carretera me caigo. Muy mala suerte, casi acabando las dos horas beso el suelo. Me retraigo aún más en mi decisión. La bici se araña. Mi cuerpo se magulla. Mi mente se estrecha.
 Opto por el rodillo, mi fiel aliado. Y hago casi todos los entrenos dentro de un gimnasio o en casa.
Sólo a un mes de competición vuelvo al asfalto sin más remedio. Es el momento de huir o de hacer sangre. Decido que si ha de ser así no voy a echarme atrás. Elijo sangre.

La carrera
Este es el cuento de empezar a pisar como un bebé que aprende los primeros pasos. Lento, muy lento. Sin prisas, sin una serie. Reseteo y hago caso. Me dejo guiar.
Me pierdo también muchos entrenos y, cada vez más, la sensación de culpa crece y araña mi cabeza intentando salir. Es angustiante ser como soy. Tengo un compromiso muy serio con lo que debe ser.
Vuelvo al monte. Me adapto bien. Me enamoro más de mi tierra y de sus paisajes.
A ratos sufro como un diablo. A ratos voy tan fresco que podría correr horas.
Practico transiciones y las llevo mejor de lo pensado. Y empiezo a sentirme otra vez triatleta, o algo muy inferior pero parecido, algo que sale de un caparazón.
Horas, horas, horas…
Abro el baúl de mi sueños. Sólo soy un héroe de unos pocos que me quieren. Pero es hora de ponerse otra vez el traje.
De perfil, a solas, cuando me miro en el espejo me siento otra vez invencible.

viernes, mayo 04, 2012


Volver


Hablamos de cerca de diez años. Un periplo de tiempo extenso, como “Strawberry Fields”, donde saboreé, como siempre y en cualquier vida, fracasos diluidos y éxitos en cápsulas. 
Una prolongación de minutos y segundos donde nació mi preciosa, fruto de un amor incondicional a mi mujer, donde perdí a mis abuelos casi consecutivamente, donde también murió el mejor perro del mundo…
Años largos como el invierno. Años cortos como latidos.
Transcurre el año 2003 cuando hago mi último triatlón sprint en Fuencaliente, La Palma.
 Hace un calor insoportable y sufro una barbaridad en el tramo de carrera. Me he  vaciado entre la humedad de las plataneras en la bici y las fuerzas se han fundido en el asfalto. 
Es la última vez que mis labios tocan la sal de una prueba. No lo sé pero todo se acaba cuando cruzo la meta. Justo cuando yo sólo quiero más y más como un niño obsesionado en romper papel de regalo.
Allí cierro el periplo de la triple disciplina, sin ni siquiera imaginarlo. He pagado un peaje por mis pecados. Ese capítulo se termina como un tomo gordo de 2000 páginas. Y juro que hace el mismo ruido.
Al año siguiente, hago el Duatlón Olímpico en Lanzarote. Concretamente, es Enero del año 2004. Progreso muy rápido, son otros tiempos y soy mucho más joven, y los tiempos bajan. Salgo muy contento de esa prueba, pese a las dificultades de la inexperiencia y problemas físicos con los gemelos.
Algunos meses más tarde corro mi primera media maratón con resultados óptimos.
Pero  tan solo dos días después me transformo en cristal y me lesiono durante cinco meses. 
Nunca más volví a ser el mismo. Nunca más conseguiré tener continuidad. Nunca. 
Palmo con mis manos la cara triste de la vida. Llegan más lesiones, una detrás de otra, y la frustración me perfora como un gusano. Me vuelvo hueco con agujeros visibles como un tiroteo de perdigones.
Luego nace la pequeña. Y el trastero se come la bicicleta y el arsenal de un bocado. Me hago otra persona. Y disfruto de mi hija y de mi matrimonio. Dejo el disfraz. El héroe muere.
Años, como una palabra corta, años duros como el turrón de Navidad. Y entenderán que son muchos. Demasiados.
Pero algo permanecía intacto. Estaba escondido y latía débil, sin ni siquiera yo saberlo.
Porque los héroes nunca mueren.

(Continuará...)