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Hablamos de cerca de diez años. Un periplo de tiempo
extenso, como “Strawberry Fields”, donde saboreé, como siempre y en cualquier
vida, fracasos diluidos y éxitos en cápsulas.
Una prolongación de minutos y
segundos donde nació mi preciosa, fruto de un amor incondicional a mi mujer,
donde perdí a mis abuelos casi consecutivamente, donde también murió el mejor
perro del mundo…
Años largos como el invierno. Años cortos como latidos.
Transcurre el año 2003 cuando hago mi último triatlón sprint
en Fuencaliente, La Palma.
Hace un calor insoportable y sufro una barbaridad en
el tramo de carrera. Me he vaciado
entre la humedad de las plataneras en la bici y las fuerzas se han fundido en
el asfalto.
Es la última vez que mis labios tocan la sal de una prueba. No lo sé
pero todo se acaba cuando cruzo la meta. Justo cuando yo sólo quiero más y más como un niño obsesionado en romper papel de regalo.
Allí cierro el periplo de la triple disciplina, sin ni
siquiera imaginarlo. He pagado un peaje por mis pecados. Ese capítulo se termina como un tomo gordo de 2000 páginas. Y juro que hace el mismo ruido.
Al año siguiente, hago el Duatlón Olímpico en Lanzarote.
Concretamente, es Enero del año 2004. Progreso muy rápido, son otros tiempos y
soy mucho más joven, y los tiempos bajan. Salgo muy contento de esa prueba,
pese a las dificultades de la inexperiencia y problemas físicos con los gemelos.
Algunos meses más tarde corro mi primera media maratón con
resultados óptimos.
Pero tan solo dos días después me transformo en cristal y me lesiono durante cinco meses.
Nunca
más volví a ser el mismo. Nunca más conseguiré tener continuidad. Nunca.
Palmo con mis manos la cara triste de la vida. Llegan más lesiones, una detrás de otra, y la frustración me perfora como un gusano. Me vuelvo hueco con agujeros visibles como un tiroteo de perdigones.
Luego nace la pequeña. Y el trastero se come la bicicleta y
el arsenal de un bocado. Me hago otra persona. Y disfruto de mi hija y de mi
matrimonio. Dejo el disfraz. El héroe muere.
Años, como una palabra corta, años duros como el turrón de
Navidad. Y entenderán que son muchos. Demasiados.
Pero algo permanecía intacto. Estaba escondido y latía
débil, sin ni siquiera yo saberlo.
Porque los héroes nunca mueren.
(Continuará...)
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