Vivo
Encontraron el cadáver a diez palmos del suelo. No voy a
entrar en los pormenores de esa suerte, ni de cómo el azar fue inciso, por
incisa cuchillada, en el destino de ese páramo; ni de cómo la tierra siempre
estuvo esponjosa (tampoco nadie sabe ni tiene interés en los porqueses), húmeda
en los andurriales donde el resto de la hierba, seca de la seca, esperaba un
rayo de más para prenderse.
Alguien escarbó seguro. Alguien buscó algo escondido de
razones. Alguien, sin la vacuna de la curiosidad, fue picado en medio de las
nalgas. Alguien tuvo una premonición. Oyó susurros. Sintió.
Él estaba debajo. Acostado con los brazos en cruz sobre el
pecho. Embalsamado de tierra, la misma tierra que le tupía las narices y
rodeado de gusanos más nobles que los que habitan en la superficie. Abajo uno
sólo se esconde, se come o se pudre. Arriba además los gusanos con chaqueta te
hunden y te joden, agujero por agujero, como perros en celo.
Juran que se retorcían todos menos él: las raíces olfateando
donde estuviera una gota de agua, los gusanos que bailaban entre sus dedos y la
maldad que habita todo lo oscuro. Vuelta sobre vuelta, y otra más cuando no era
posible. Así de enrevesado y del revés, de lo que es o no posible, en las
entrañables entrañas de aquella tumba hecha a la prisa.
Dicen que tropezaron con parte de la culata de sándalo,
dicen que tenía balas para matar a más de un centenar, que la pupila con la luz
se contraía en sus ojos rasgados y que el reloj de su padre en el chaleco
empolvado tictabeaba puesto en hora.
Poco importa ya si le adecentaron los mechones con un peine
hecho de manos, si le desempolvaron la nariz, los pómulos y las orejas para
dejarlo más decente o si le echaron algo de colorete para no verlo tan alunado.
Poco importa ya si todo eso es del saco de la mentira o del bolsillo oculto en la entrepierna lleno de verdad. Tampoco importa ni un pimiento que el corazón hubiera dejado de
latir en todas esas mensualidades, que las arterias fueran coágulos de polvo y
que las venas se convirtieran en un ramillete seco de nada.
Lo que da realmente da miedo es que esté de nuevo aquí,
vivito y coleando, con toda esa furia en los límites de sus afueras y en las
cercas de sus adentros.
Ese bastardo sin gracia, alimaña entre las alimañas, de lengua ácida y
dedo resorte, de harapos por piel... porque ese perro sucio soy yo mismo.
Aquí, malditos, aquí me tienen de vuelta.
Gambitoking
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