miércoles, agosto 14, 2013


Vivo

Encontraron el cadáver a diez palmos del suelo. No voy a entrar en los pormenores de esa suerte, ni de cómo el azar fue inciso, por incisa cuchillada, en el destino de ese páramo; ni de cómo la tierra siempre estuvo esponjosa (tampoco nadie sabe ni tiene interés en los porqueses), húmeda en los andurriales donde el resto de la hierba, seca de la seca, esperaba un rayo de más para prenderse.
Alguien escarbó seguro. Alguien buscó algo escondido de razones. Alguien, sin la vacuna de la curiosidad, fue picado en medio de las nalgas. Alguien tuvo una premonición. Oyó susurros. Sintió.
Él estaba debajo. Acostado con los brazos en cruz sobre el pecho. Embalsamado de tierra, la misma tierra que le tupía las narices y rodeado de gusanos más nobles que los que habitan en la superficie. Abajo uno sólo se esconde, se come o se pudre. Arriba además los gusanos con chaqueta te hunden y te joden, agujero por agujero, como perros en celo.
Juran que se retorcían todos menos él: las raíces olfateando donde estuviera una gota de agua, los gusanos que bailaban entre sus dedos y la maldad que habita todo lo oscuro. Vuelta sobre vuelta, y otra más cuando no era posible. Así de enrevesado y del revés, de lo que es o no posible, en las entrañables entrañas de aquella tumba hecha a la prisa.
Dicen que tropezaron con parte de la culata de sándalo, dicen que tenía balas para matar a más de un centenar, que la pupila con la luz se contraía en sus ojos rasgados y que el reloj de su padre en el chaleco empolvado tictabeaba puesto en hora.
Poco importa ya si le adecentaron los mechones con un peine hecho de manos, si le desempolvaron la nariz, los pómulos y las orejas para dejarlo más decente o si le echaron algo de colorete para no verlo tan alunado. Poco importa ya si todo eso es del saco de la mentira o del bolsillo oculto en la entrepierna lleno de verdad. Tampoco importa ni un pimiento que el corazón hubiera dejado de latir en todas esas mensualidades, que las arterias fueran coágulos de polvo y que las venas se convirtieran en un ramillete seco de nada.
Lo que da realmente da miedo es que esté de nuevo aquí, vivito y coleando, con toda esa furia en los límites de sus afueras y en las cercas de sus adentros.
Ese bastardo sin gracia, alimaña entre las alimañas, de lengua ácida y dedo resorte, de harapos por piel... porque ese perro sucio soy yo mismo.
Aquí, malditos, aquí me tienen de vuelta.

Gambitoking


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