domingo, marzo 04, 2007

Gilberto Gil

He dejado pasar una semana para que "se sienten las madres" y no dejarme llevar por las emociones como una ventisca que pasa y lo destroza todo. Lanzarse a un concierto de este calibre sin tener ni la más remota idea, o es un suicidio con alevosía o es un despertar maravilloso a la rutina.
El caso es que siempre he admirado al artista, a ese que se planta solo con su guitarra, un banco, un micro y tres o cuatro focos que lo iluminan. No debe ser fácil. Pero el arte es cosa de unos pocos. GG llegó allí de la nada y pudo con todos.
Empezó a medias tintas, irregular, y, aunque reconozco que estuve en Babia por lo menos veinte minutos pensando chorradas, también he de ser sincero y soltar que a tres cuartas partes me había teletransportado a su mundo, lejos del Auditorio y del mundanal ruido con una música que me llenaba a cada acorde. Fue increible y, lo especial, es que fui consciente de ello: era como volar a lo Peter Pan.
Gran voz, gran talento en un concierto distinto, íntimo y personal, y de categoría. Ya lo dijo aquél: "Valió la pena".

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